Historias increíbles
DAVID MATEO CANO
Hoy en día, en los tiempos que corren, trabajar siempre es un privilegio que desgraciadamente no todo el mundo puede permitirse. Sin embargo hay trabajos en los que dicho privilegio se convierte en una verdadera tortura: como muestra mencionaré unos cuantos que no debería desempeñar nadie.
El primero de ellos es el de minero de azufre en Indonesia, donde es necesario subir hasta un volcán en el que existe un lago sulfuroso, del que cada trabajador suele extraer unos noventa kilos de azufre al día, que ha de bajar en chanclas montaña abajo. Cabe recordar que el azufre es tóxico, por lo que a los mineros les suelen quedar secuelas físicas de por vida. Aunque nada que ver con las que pueden contraer en un laboratorio de Houston, en el que reclutan voluntarios remunerados para realizar ensayos clínicos que luego aplican a diferentes fármacos, y que no siempre resultan satisfactorios, ya que si uno investiga al respecto encontrará que hay personas que han contraído todo tipo de infecciones víricas de carácter crónico.
Otro trabajo que se lleva realizando desde tiempos inmemoriales es el de recolector de guano en las islas Chincha, situadas éstas en la costa peruana. Allí se trabaja desde que amanece hasta que anochece recogiendo el codiciado fertilizante, que no es otra cosa que las deyecciones del cormorán, creando dicho producto una costra amarilla en la piel de los recolectores que no desaparece hasta meses después de haber terminado la campaña. Sin abandonar Perú encontramos otro trabajo infame donde los haya, como es el de minero de oro en La Rinconada, en plenos Andes peruanos. Aquí, a cinco mil metros de altura, casi sin oxígeno y a más de veinte grados bajo cero, se va extrayendo oro de un glaciar. Las jornadas son absolutamente extenuantes, y los mineros trabajan por medio de un sistema de pago llamado “cachorreo”, que consiste en trabajar veintisiete días gratis para la empresa y uno para el trabajador, de tal forma que todo el oro que se consiga en este último queda en propiedad del minero. Si bien es cierto que se ha oído que algún minero ha llegado a enriquecerse, lo normal es que la inmensa mayoría no saque ni siquiera para poder subsistir. Baste decir que la esperanza media de vida es de cuarenta años.
Otro trabajo extremadamente peligroso es el de conductor de autobuses en Guatemala, donde las pandillas guatemaltecas roban, extorsionan, secuestran y matan a los conductores: en los últimos seis años han muerto más de novecientos. Tampoco es apto para todo el mundo trabajar como constructor de andamios de bambú en Hong Kong, donde se trabaja a más de cien metros de altura sin ningún tipo de protección y sustentados tan solo por este endeble material, que es zarandeado constantemente por el viento. Aquí desgraciadamente no existen estadísticas de siniestralidad laboral, como tampoco en Egipto, en determinadas granjas de recolectores de huevos de cocodrilo.
