En el mismo día, a través de distintos medios, me llegan dos comunicaciones parejas. Son artículos de opinión, pero en tono humorístico, que maldita la gracia que tienen, porque el futuro de todo un país, España, está en juego. En dichos artículos se pone en solfa, en modo satírico, la última ley de educación; o, mejor dicho, la última reforma de dicha ley.
Como señalo en el título y dejando de lado consideraciones políticas y/o partidistas, sabiendo de lo que hablo, ya que he sufrido ocho leyes educativas diferentes, puedo afirmar y afirmo la dramática involución del sistema educativo español.
Yo soy generación EGB, con ella estudié y empecé mi ya dilatada en el tiempo carrera profesional como docente.
Desde 1985, el sistema no ha hecho más que empeorar a ojos vista, como especificaba uno de los artículos que leí, que iba desglosando con los decenios hasta hoy los recortes, no ya presupuestarios, sino de exigencia, de calidad y de los resultados consiguientes. Porque seamos claros y sinceros: en 1985 no había mayor abandono académico que en la actualidad, y los que salían de esos planes de estudios eran personas formadas y en su mayoría buenos profesionales, en un alto porcentaje títulos universitarios. Siempre hay excepciones, pero lamentablemente, además de la evidencia, porque me dedico a ello y lo veo desde dentro, hay unas estadísticas y unas cifras que avalan lo que digo.
La educación es el futuro de un país y del mundo por extensión, eso no se le oculta a nadie, aunque parece que lo olvidamos. Las leyes educativas que van a aplicar los docentes se pactan en los despachos por personas que nunca pisaron un aula. No se les consulta, lo que sería lo razonable, ni se tiene en cuenta su opinión. La EGB no era perfecta, evidentemente había muchos contenidos y poco tiempo para darlos, pero en BUP, en COU, en la Selectividad que yo cursé, se trabajaba con ahínco y, aunque hubiese algunos abandonos, con una buena formación profesional se hubiera suplido. Pero había que cambiar, desde mi punto de vista y el de muchos compañeros hacia peor.
Había mucha memorización, no lo discuto, pero se trabajaba la expresión oral y escrita, se fomentaba el gusto por la lectura, se aprendía a deducir, sintetizar, relacionar… lo que en la actualidad es casi misión imposible. Bajar las exigencias no hace más que destruir las expectativas. No queremos una educación del esfuerzo y paradójicamente cada vez cuesta más encontrar un puesto de trabajo digno. Ya nos dirán, o no, como se compagina eso.
